A través de una revisión exhaustiva de evidencia internacional y nacional, la columna analiza cómo la pandemia ha deteriorado el bienestar de madres, padres y niña/os, quienes han tenido que cambiar drásticamente sus rutinas producto del confinamiento. Existe desgaste, ansiedad y depresión en los padres, e irritabilidad y aburrimiento en los niños. A este cansancio generalizado se le suma la inequidad en servicios básicos en nuestro país, lo que hace urgente un sistema de protección integral que escuche el malestar de padres y niños, y atienda las necesidades de las familias de menores ingresos, sostienen las autoras.
Esta columna está basada en los resultados de tres investigaciones: ‘Aprendiendo sobre las experiencias de parentalidad con hijos/as pequeños/as y por nacer durante el Coronavirus (COVID-19) en Chile”, iniciativa del Equipo Profesional del Programa de Salud Mental Perinatal San Joaquín UC en colaboración con MIDAP (www.midap.org); “Estudio sobre los efectos en la salud mental de niños a causa de la pandemia COVID-19”, patrocinado por la Escuela de Psicología UAI, por en Núcleo Milenio IMHAY, Theraplay Chile y el RHRI, y el estudio titulado “CREA (creciendo y aprendiendo) con papá y mamá, versión COVID-19”, estuvo a dirigido por Daniela Aldoney, investigadora Centro de Apego y Regulación Emocional, CARE, UDD), y en el cual participaron investigadores y ayudantes del CARE, entre ellos la Investigadora Asociada de MIDAP, Carola Pérez.
TRANSPARENCIA: Las autoras no trabajan, comparten o reciben financiamiento de ninguna compañía u organización que pudiera beneficiarse de este artículo. Además, a excepción de Daniela Aldoney, no deben transparentar ninguna militancia política ni afiliación relevante más allá de su condición de académico investigador. Daniela Aldoney es candidata a constituyente por “independientes no neutrales”. No recibe financiamiento desde esta organización, pero sí de personas naturales y desde SERVEL en su calidad de candidata.
A nivel mundial, la pandemia nos ha obligado a restringir el contacto físico con nuestros seres queridos y a renunciar a las formas en que habitualmente los seres humanos enfrentamos crisis y emergencias, buscando cercanía y afecto (Newkirk, 2020). Sumado a esto, el entorno de incertidumbre ha incrementado el estrés en la crianza y la vulnerabilidad, intensificando la experiencia emocional de quienes tienen niños/as a su cargo (Jiao et al., 2020; Provenzi & Tronick, 2020).
En el caso de las familias chilenas, el contexto COVID-19 es aún más complejo, pues Chile vive una “triple crisis”. A nivel social y económico, en octubre de 2019 se activaron fuertes demandas desde la ciudadanía, asociadas a la inequidad en la distribución del ingreso y a la desigualdad en el acceso y la calidad de la educación, salud, vivienda, las condiciones laborales y el bienestar general entre los distintos grupos socioeconómicos (Morales Quiroga, 2020). Unos meses después, comenzó la crisis sanitaria, y se presentaron los primeros casos de personas contagiadas con COVID-19, mientras las demandas sociales continuaban sin ser resueltas. Esta triple crisis trajo fuertes efectos en los niveles de bienestar y exacerbó enfermedades físicas y mentales en los grupos de mayor vulnerabilidad: familias de menores ingresos, mujeres y niños/as (Vivanco & Duarte, 2020).
Tras más de un año de convivir con esta triple crisis, en esta columna revisamos el impacto de las restricciones y cambios asociados a la pandemia en madres, padres y niños/as chilenos, recogiendo también la evidencia internacional. Destacamos la relevancia de los primeros años de vida, la mutua influencia entre padres y niños/as en sus niveles de bienestar psicológico, y la importancia de brindar apoyo integral a las familias de menores ingresos, considerando la inequidad en el acceso a derechos básicos en nuestro país.
QUÉ SABEMOS SOBRE LOS EFECTOS DEL COVID-19 EN LAS MADRES, PADRES Y NIÑOS/AS: EVIDENCIA INTERNACIONAL
Estudios internacionales han descrito las consecuencias de la pandemia en los/las niños/as a nivel psicológico, familiar y social, destacando el temor al contagio y la presencia de múltiples duelos a partir de la pérdida de sus rutinas habituales (Jiao et al., 2020). Adicionalmente, las restricciones de libre desplazamiento, el menor contacto social y el elevado estrés parental podrían también incrementar el riesgo de descuido y violencia hacia ellos (UNICEF, 2020).
La evidencia muestra que el cambio de estilo de vida de los/as niños/as por el confinamiento puede impactar negativamente su salud física y mental, por la falta de actividades al aire libre, la frustración y el aburrimiento (Wang et al., 2020). Asociado a lo anterior, se reporta menor actividad física, mayor tiempo frente a las pantallas, patrones de sueño irregulares y dietas menos saludables (Wang et al., 2020), así como irritabilidad y dificultades para atender y concentrarse (Jiao et al., 2020).
Estos cambios cobran una relevancia mayor durante la niñez, ya que es un periodo con un desarrollo físico, cognitivo, emocional y social muy rápido y sensible, en que todas las experiencias impactan significativamente en la estructura cerebral y la salud mental posterior (Schore, 2001; WHO, 2019). En este sentido, los niños/as constituyen un grupo de riesgo en contextos de crisis y requieren ser visibilizados, dado que se encuentran construyendo las bases de su personalidad y desarrollo posterior, especialmente los menores de 5 años, una edad en la que estos procesos ocurren de manera más significativa.
Sobre el efecto de la pandemia en padres y madres, pese a que en general se enfatiza la sobrecarga a la que han estado expuestos debido a la necesidad de cumplir múltiples roles (UNICEF, 2020), se ha descrito un mayor impacto negativo del COVID-19 en las mujeres, considerando la mayor carga de trabajo no remunerado que habitualmente asumen y la exigencia de multifuncionalidad en relación a roles laborales, domésticos y de cuidado infantil, especialmente en culturas latinoamericanas (Almeida et al., 2020; Pérez-Díaz & Oyarce Cádiz, 2020, Salazar Méndez et al., 2017). En específico, la evidencia internacional muestra mayores niveles de estrés, desgaste, ansiedad y depresión en padres y madres durante la pandemia (Gromada et al. 2020), así como un mayor deterioro en la salud mental de este grupo en comparación con otros adultos sin hijos/as (Alonzo, Popescu & Zubaroglu, 2021; Park et al 2020; Russell et al 2020).
QUÉ MUESTRAN LOS ESTUDIOS NACIONALES
Los estudios sobre salud mental en Chile durante la pandemia muestran resultados consistentes entre sí, en relación al deterioro en los niveles de bienestar en padres, madres y niños/as. En uno de ellos, realizado en junio 2020, en el que participaron 1.163 madres y padres de niños/as menores de 5 años, se encontró mayor irritabilidad, tristeza y disminución de la percepción de felicidad desde la llegada del COVID-19, así como deterioro en la calidad del sueño, la capacidad de disfrutar, la habilidad para regular las propias emociones y para calmarse[1] (Olhaberry, Sieverson, Franco, Romero, Tagle, Iribarren, Honorato, 2021).
Otro estudio local que incluyó niños/as entre 0 y 11 años de edad, en el que participaron 5.997 madres y padres, encontró en las primeras semanas de cuarentena que el 73,4% de los participantes percibe un aumento en el nivel de demanda del niño hacia el adulto; síntomas relacionados al estado del ánimo (22,8 %); conductas disruptivas (49,8%); sintomatología ansiosa (39,2%); baja tolerancia a la frustración (38%); problemas de sueño (52,5%) y síntomas asociados a dificultades atencionales e hiperactividad 70,8% (Escobar, Panesso, Franco, Cardemil, Grez, Del Río, Del Río, Vigil, Durán, 2021).
De los principales resultados de la investigación con niños menores de 5 años (Olhaberry, et al, 2021), destaca la asociación entre el deterioro del funcionamiento cotidiano en padres y madres con la percepción de deterioro en el funcionamiento cotidiano de sus niños/as. Este resultado muestra la mutua influencia que existe entre las madres, padres y sus hijos/as pequeños/as (Azhari et al., 2020; Ponnet et al., 2013), así como también la tendencia a percibir de manera más negativa el comportamiento de los hijos/as, a partir del propio malestar de los adultos asociado al confinamiento y a las restricciones sanitarias. En este contexto, las dificultades parentales, asociadas al alto estrés y a la falta de apoyo, interfieren en la capacidad de responder a las necesidades infantiles de contacto y cercanía, activadas en los niños/as como un recurso saludable para la regulación del miedo y la ansiedad.
Otro resultado relevante es la asociación entre la percepción de padres y madres de deterioro en el funcionamiento cotidiano infantil, en específico el aumento de la frecuencia de llanto y pataletas, con la disminución del apoyo percibido de la pareja, la familia y los amigos. En la misma línea, el estudio desarrollado por Escobar et al. (2021) documentó que la forma en que se presentan los síntomas muestran variaciones de acuerdo a la etapa de desarrollo de los niños/as. En los más pequeños priman las conductas disruptivas (irritabilidad, agresividad, dificultades para seguir reglas y para regularse) y en los mayores los síntomas internalizantes (ansiedad, depresión, malestar corporal).
Finalmente, en la segunda etapa del estudio desarrollado por Escobar et al, 2021, se recogieron datos entre septiembre-octubre 2020, con una participación de 982 familias. Se observó un aumento en los síntomas internalizantes de los niños/as: cambios de humor súbitos (40%), más desgano, fatiga, falta de energía (20%) y tristeza sin razón aparente (9%); en cuanto a los síntomas externalizantes o más disruptivos, se mantuvieron altos, presentando mayor reactividad emocional (74%). Además, sus padres los notan más desafiantes (51%) y que pelean más (32%). El 48% de los padres observa que comenzaron o aumentaron los problemas de atención/concentración, en particular en niños/as escolares de 6 a 8 años, seguido por los de 9 a 11 años. La percepción de demanda del niño/a hacia el adulto también aumentó a un 79% de los casos y un 36% de los niños/as ha comenzado a presentar o ha aumentado las conductas regresivas.
Estos resultados, muestran, por una parte, el malestar psicológico de los/as niños/as y el aumento en las exigencias para padres y madres durante la crianza en pandemia y, por otra, evidencian las diferencias en las necesidades y capacidades infantiles de acuerdo a la etapa de desarrollo. Lo anterior releva también la necesidad de apoyo, redes de cuidado y condiciones sociales que consideren tanto a los niños como a sus padres, reconociendo la alta dependencia infantil y la mutua influencia entre padres e hijos/as durante la crianza.
EL DESGASTE NO AFECTA A TODOS POR IGUAL
Es sabido que el número de estresores que madres y padres enfrentan durante la crianza, así como los recursos protectores con que cuentan, difieren entre los distintos grupos socioeconómicos en Chile. Estas diferencias han sido asociadas también a un mayor impacto negativo de la pobreza en la salud mental familiar, en que las dificultades que se enfrentan durante la crianza y los cuidados infantiles no dependen solo de las capacidades de los padres/madres para su solución, generando impotencia y desesperanza (Ulloa, Cova, Bustos, 2017).
Los resultados de los estudios chilenos permiten relevar la importancia de las redes de apoyo para madres y padres, así como pensar la crianza como un proceso compartido que requiere la presencia de numerosos actores de la comunidad, con especial atención en los grupos vulnerables. Por el contrario, el aislamiento, la falta de apoyo, de tiempos de autocuidado y descanso y la escasez de espacios para quienes viven en pareja, repercuten negativamente en la calidad del cuidado infantil. En específico, interfieren en la capacidad de reconocer y manejar adaptativamente las emociones y comportamientos, en la capacidad de reflexionar y tomar perspectiva en relación a las experiencias, así como en la habilidad para contribuir a la calma y a la regulación de la pareja y los hijos/as, convirtiéndose estos elementos en factores de riesgo para la salud mental, que incluso podrían favorecer la negligencia y el maltrato infantil en nuestro país, como alerta UNICEF.
Reafirmando estas hipótesis, Oyarce, Valenzuela y Sorrandia (2021) analizaron el impacto de la pandemia en el desgaste de madres chilenas. Encontraron que el 8,1% presenta un desgaste en su rol parental, lo que da cuenta de un aumento en relación al 5,8% reportado antes de iniciada la crisis sanitaria (Roskam et al., 2021).En este mismo estudio, se encuentra una asociación positiva entre el desgaste o burnout y tres variables: la negligencia, la violencia, y los deseos de escapar de las madres. Lo anterior es consistente con estudios previos (Mikolajczak, Brianda, E., Avalosse & Roskam 2018) y prende las alarmas sobre el aumento del riesgo de golpear o maltratar a los/as hijos/as. Respecto a la conciliación familia-trabajo en Chile, este mismo estudio muestra que el desgaste materno aumenta cuando las dinámicas familiares positivas disminuyen, es decir, cuando las mujeres presentan menores posibilidades de disfrutar en el hogar, de organizarse y de sentirse confiadas en la forma de llevar la vida doméstica.
Con respecto a la influencia del nivel socioeconómico en la crianza encontramos que, en Chile, pertenecer a un nivel socioeconómico alto, permite acceder a recursos que garantizan mejor salud física, mental, educación, vivienda, y calidad de vida en general. Por lo que se convierte en un factor protector para el despliegue de cuidados infantiles en tiempos de pandemia, en la medida que genera una mayor sensación de protección, control y acceso a mejor calidad en los cuidados. En este sentido, una situación socioeconómica acomodadadurante el confinamiento, abre la posibilidad de contactarse con oportunidades de descanso, encuentro familiar, y recursos parentales, en la medida que las necesidades básicas ya se encuentran cubiertas y no representan una preocupación mayor. Estos resultados hacen urgente brindar instancias de apoyo laboral, educacional y de salud en especial a las familias de menores ingresos, quienes se encuentran sometidas a un mayor número de estresores y factores de riesgo en relación a su bienestar. Ello puede promover una crianza saludable que permita un balance entre las necesidades parentales y las de los hijos/as, apoyando el desarrollo y la salud mental.
LA NECESIDAD DE UNA RED INTEGRAL Y UNIVERSAL DE CUIDADO
Los estudios nacionales muestran los efectos que ha traído el aislamiento social producto de la pandemia, así como la importancia de las redes de cuidado. Cabe destacar la necesidad de brindar un apoyo formal, integral y universal para padres, madres y cuidadores/as, principalmente para aquellos con menores ingresos y acceso a redes de apoyo de calidad. En esta misma línea, es importante destacar que estos sistemas de apoyo a la crianza debieran considerar la estrecha relación entre una madre, padre y/o cuidador/a y su niño/a, velando por desarrollar sistemas y estrategias que faciliten y favorezcan las competencias necesarias en los adultos y las relaciones de calidad entre ambos.
Por su parte, es necesario el desarrollo de estrategias coordinadas que aborden tanto la salud mental como el bienestar material y social de las familias. Un sistema de protección integral no sólo debiera velar por la reducción y desaparición de los factores que ponen en riesgo a los niños/as y sus familias, sino que también debería ser capaz de reconocer y promover aquellos factores que protegen las relaciones entre padres/madres e hijos/as.
En cuanto al apoyo profesional para este grupo en un contexto de confinamiento, se requiere desarrollar y promover el uso de herramientas telemáticas y presenciales de atención multidisciplinaria para facilitar el acceso, que permitan escuchar el malestar y sufrimiento de los niños/as, así como también el de madres y padres, brindando atenciones oportunas que abarquen promoción, prevención, diagnóstico y tratamiento. Resulta importante destacar también la brecha digital existente de acuerdo al ingreso familiar, en que el acceso a las atenciones remotas, la teleeducación y el teletrabajo entre las familias es desigual y no depende solo de contar con un computador o un celular, sino que requiere acceso pagado a internet. En este sentido, se vuelve necesario mejorar no solo la oferta de atenciones a distancia para los niños/as y sus familias, sino garantizar el acceso universal a internet para poder utilizarlas.
Dado que la crianza es sensible a las condiciones sociales y laborales, se requeriría apoyo a padres y madres que permitan flexibilizar sus jornadas laborales sin costos económicos. En el caso de las madres y los padres de niños pequeños, ampliar los permisos posnatales considerando también a los padres, para garantizar mayor equidad de género en la crianza, el sustento económico de los hogares y el cuidado adecuado de sus hijos/as, disminuyendo los factores de riesgo a los que se encuentran expuestas.
Edición de Juan Pablo Rodríguez
NOTAS Y REFERENCIAS
[1] Si bien se esperaría un alto impacto de estos cambios en los niveles de confianza en el rol parental, en este mismo estudio el 54,4% señala sentirse igualmente confiado en sus habilidades parentales desde el COVID-19 y solo un 20,2% reporta menor confianza en su capacidad para ejercer adecuadamente su rol parental. Es probable que a un mayor paso del tiempo y elaboración de la experiencia, se incremente la percepción del impacto que tienen las medida sanitarias en el rol parental, considerando que un 75,7% de este grupo estudiado identifica algún tipo de impacto en su rol parental. Sumado a la anterior es importante considerar que este estudio fue realizado a través de una encuesta online, en la que participaron en mayor medida padres y madres de niveles socioeconómicos acomodados, por lo que es probable que en familias de bajos ingresos, con mayores niveles de estrés, estos resultados sean menos esperanzadores.
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Este artículo es parte del proyecto CIPER/Académico, una iniciativa de CIPER que busca ser un puente entre la academia y el debate público, cumpliendo con uno de los objetivos fundacionales que inspiran a nuestro medio.
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