Desde el momento en el que el ser humano tuvo suficiente consciencia para contemplar su vida también se obsesionó con la inevitable conclusión de la misma. A lo largo de los milenios las civilizaciones han contemplado la muerte y se han preguntado qué lleva a la extinción de la vida.
Los egipcios ya practicaban una versión rudimentaria de la autopsia, estudiando los órganos que extraían de los cadáveres que preparaban para la momificación, pero fueron los romanos quienes primero analizaron la naturaleza de la muerte en un contexto legal. La autopsia oficial de Julio César en 44 A.C. fue lo suficientemente rigurosa como para establecer que la segunda de las 23 puñaladas que recibió el dictador había sido la mortal, pero poco pudo hacer para determinar cuál de los senadores había propiciado ese golpe decisivo.
Con el paso de los siglos figuras como el médico Ibn Zuhr –que formalizó los métodos de disección para las autopsias en Al-Ándalus–, el chino Song Ci –autor del primer manual forense durante la dinastía Song–, y el italiano Giovanni Battista Morgagni –padre de la anatomía patológica moderna– contribuyeron al tímido avance de la medicina legal. Sin embargo, no fue hasta finales del siglo XIX que los primeros forenses profesionales aplicaron técnicas científicas a esta rama. Pioneros como Rudolf Virchow en Austria, Alexandre Lacassagne en Francia y Pedro Mata Fontanet en España lideraron sus respectivas escuelas nacionales, sacando la necrología de las tinieblas y llevándola a las universidades.
Rostro de un niño estrangulado por su padre.Hugo Dunkel
El periodo entre 1875 y 1925 sin duda supuso la época dorada del desarrollo de la medicina legal pero las limitaciones tecnológicas y los conocimientos de esa era hicieron inevitables grandes errores. Las supersticiones de antaño habían sido apartadas pero las pseudociencias abundaban. Muchos creían en la frenología, teoría que afirma que la forma del cráneo puede tener relación con la personalidad –y tendencias criminales– de una persona. En Francia el sistema Bertillon, que aseguraba que la diferencia entre un civil y un psicópata era detectada a través del tamaño de las extremidades, llevó a la detención de más de 240 personas en 1884.
A principios de siglo, sin embargo, el gran debate que afectaba al mundo forense se centraba en las expresiones sobre los rostros de los muertos. ¿Por qué era que algunos difuntos aparecían con caras inexpresivas, mientras que otros claramente registraban dolor, tristeza o terror? Las escuelas de medicina legal francesas e italianas lo tenían claro: los cadáveres que no mostraban emoción habían fallecido en paz, por muertes naturales, mientras que los que registraban agonía habían llegado a su fin de manera violenta. Eminencias forenses de ambos países descartaban perder tiempo con las autopsias de cadáveres "con las caras tranquilas" en caso de duda sobre la naturaleza de la muerte; era evidente que no eran víctimas de un crimen.
En Portugal el doctor João Azevedo Neves (1877-1955), entonces joven director del recién creado Instituto de Medicina Legal de Lisboa (IMLL), tenía dudas acerca de la hipótesis de sus compañeros galos e italianos.
"Azevedo Neves era un ilustrado, un gran innovador", explica a EL ESPAÑOL su eventual heredero en el cargo, João Pinheiro, vicepresidente del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses (INMLCF) de Portugal. "A principios del siglo XX Lisboa sólo contaba con una morgue en estado ruinoso, donde la costumbre popular permitía que paseantes visitaran para curiosear los cadáveres expuestos al público. Azevedo Neves acabó con todo eso cuando creó el Instituto, que suplantaba lo morboso con lo racional y apostaba por el progreso".
Archivos del Instituto de Medicina Legal de Lisboa. -Hugo Dunkel
Ese afán por la racionalidad y el progreso hizo que el médico portugués tomara interés en el debate sobre las expresiones faciales de los difuntos. Especializado en anatomía y medicina legal en Alemania, Azevedo Neves ya había dirigido el laboratorio de anatomía patológica del principal hospital de la capital lusa, y cientos de cadáveres habían pasado sobre su mesa de autopsias –ancianas centenarias, civiles atropellados por tranvías, marineros ahogados en el Tajo, estibadores muertos en reyertas en los bares de la Ribeira–. No tenía claro que las caras de los fallecidos delataran la naturaleza de sus muertes.
Resolviendo poner fin al contencioso a través del método científico, entre 1913 y 1945 Azevedo Neves hizo un estudio exhaustivo de los rostros de los difuntos que llegaban al IMLL. Para facilitar su análisis posterior, ordenó hacer máscaras mortuorias de los cadáveres, haciendo moldes en yeso de los rostros y así preservando sus expresiones para observación perpetua. Sin ser consciente de ello, a lo largo de tres décadas creó lo que hoy supone una colección de 300 retratos forenses en 3-D, la más grande y mejor documentada del mundo.
"Hay pequeñas colecciones de máscaras mortuorias en otros países, pero ninguna tiene informes médicos, completos y detallados, sobre las personas que retratan y la manera en que fallecieron", afirma Pinheiro. "Se trata de una colección absolutamente única".
Para asegurar el rigor de su estudio Azevedo Neves necesitaba cadáveres cuyos rostros no hubieran sufrido manipulación ni en el momento de la muerte ni en el periodo posterior.
"Decidió sólo hacer máscaras de estrangulados, pues la misma suspensión que provocaba la muerte mantenía los rostros alejados de cualquier elemento físico que podría distorsionar las expresiones que mostraban", explica el investigador Carlos Branco, restaurador de las máscaras y comisario de Facies Mortis: emociones, vida e rostros de la muerte, exposición en Oporto que presenta las cabezas ante el público por primera vez. "El 95% de la colección son suicidas que se ahorcaron; el resto son víctimas de homicidio".
Según explica Branco, cuando Azevedo Neves daba con un cadáver que cumplía con estas características particulares, ordenaba que se llevara a cabo el retrato en yeso.
"La tecnología fotográfica de la época no daba para este tipo de estudio, por lo que el Instituto contaba con un equipo de artistas que acudían al levantamiento del cadáver para dibujar la escena del crimen, como también dibujaban cualquier elemento interesante encontrado sobre el cuerpo –heridas y hematomas, pero también lunares e incluso tatuajes".
"Los moldes en yeso resultaban en un retrato increíblemente detallado en tres dimensiones. Es chocante para nosotros hoy en día, pero en el proceso de creación la máscara quedaba llena de material biológico del cadáver, por lo que las que guardamos en la colección tienen gran cantidad de pelo, y a veces piel, perteneciente al fallecido, incrustadas en ellas. Son extremamente realistas, una mezcla entre ciencia y arte".
Realizada la máscara, Azevedo Neves procedía a clasificar la expresión sobre el rostro según un expresómetro de cinco categorías: sonriente, inexpresivo o tranquilo, triste, dolorido, aterrorizado. Las escuelas forenses francesas e italianas consideraban que los cadáveres que registraban las primeras dos expresiones habían muerto por causas naturales, mientras que los que mostraban las tres últimas eran víctimas de fallecimientos violentos. La colección acumula decenas de ejemplares de cada emoción, algunas cabezas con perversas muecas de aparente felicidad, otras mostrando la serenidad de una siesta de medio tarde, y otras más con los rostros llenos de agonía.
El médico portugués utilizaba los archivos preparados por sus médicos legales para determinar si las expresiones capturadas coincidían con la naturaleza de las muertes de los difuntos.
"La disciplina y minuciosidad de los médicos del Instituto era absoluta, y los informes que preparaban para la justicia lusa eran extremadamente detallados", afirma Branco, que señala que los archivos forenses que acompañan las máscaras no sólo establecen la causa de la muerte del difunto, sino que también incluyen piezas que pueden ser usadas como evidencias–desde la soga utilizada para el ahorcamiento, hasta muestras de la ropa que llevaba el muerto para facilitar su eventual identificación en caso de que se desconociera su nombre–. En muchos casos incluso hay muestras de piel conservadas en formaldehido, entre ellos la parte del cuello donde quedó impresa la marca de una cuerda y el tatuaje de una mujer ondeando la bandera lusa.
Reforzado por los datos acumulados a lo largo de veinte años, en 1933 Azevedo Neves presentó las conclusiones de su particular estudio ante un congreso de forenses europeos en Bruselas.
"Tiró por tierra la hipótesis defendida por los galos", explica Branco. "Cargado con sus máscaras y las estadísticas recogidas a través de su análisis, demostró que la gran mayoría de los muertos tenía caras inexpresivas, el resultado del relajamiento natural de los músculos en el periodo posterior al fallecimiento".
"También mostró que algunos difuntos con rostros sonrientes habían fallecido de manera violenta, mientras que otros con caras llenas de tristeza habían perecido por causas naturales. A través de ejemplos lo suficientemente numerosos para establecer pautas pudo concluir definitivamente que no había relación entre la expresión de los fallecidos y la naturaleza de su muerte, desterrando esa teoría de la medicina legal definitivamente".
¿Pero, entonces, por qué algunos cadáveres tienen caras tan emotivas?
Branco afirma que, con el estudio de los músculos faciales y el mejor entendimiento del cambio químico que se produce en el cuerpo tras la muerte, hoy en día se sabe que en algunos casos los músculos faciales vuelven a las posiciones a las que más estaban acostumbradas cuando aparece el rigor mortis unas tres o cuatro horas después de la defunción.
"Gente que sonríe mucho en vida a veces termina sonriendo también en muerte", concluye el investigador.
Aunque sus conclusiones fueron aceptadas por sus compañeros forenses en 1933, por motivos desconocidos Azevedo Neves continuó adicionando nuevas máscaras a su colección hasta 1945.
"Era un hombre incansable, interesado en todo", explica Branco. "A la vez que dirigía el Instituto, llevaba a cabo sus estudios y enseñaba en la universidad, y también fue diputado en las Cortes, ministro de Comercio e incluso de Asuntos Exteriores. Suponemos que siguió ampliando la colección porque reconoció lo importante que era a nivel científico".
Tras la muerte del médico, sin embargo, las máscaras mortuorias fueron olvidadas en los sótanos del Instituto en Lisboa hasta la fusión de todos los centros forenses de Portugal en el INMLCF en 2001. La racionalización de las dependencias y la catalogación de las colecciones llevaron a la reaparición de las cabezas en yeso, ennegrecidas por el polvo, pero en excepcional estado de conservación, junto a los archivos que contaban las tristes historias de las personas que retrataban. Pese a estar en el lenguaje formal de la medicina legal, los documentos sirven de testimonio de tragedias del día a día en la Lisboa de principios de siglo.
Evidencia judicial. La soga empleada en un suicidio, y una muestra conservada de la piel del cuello donde dejó su marca. -Hugo Dunkel
La prostituta del Bairro Alto, estrangulada por un cliente enfurecido con una cuerda de seda.
La anciana que decide suicidarse por el dolor que le provoca su enfermedad, pero que se preocupa tanto por el bienestar de su gato que deja una nota fijada a su camisa pidiendo que alguien cuide de él tras su muerte.
El padre de familia acusado de haber cometido un robo que decide "recuperar su honor" ahorcándose en el calabozo y dejando una carta a su viuda pidiendo que no se vuelva a casar "por respeto en muerte a quien fue tu esposo en vida".
Y la recién nacida desconocida, asfixiada con un paño de lino y hallada en el Parque Eduardo VII en 1924.
Además del interés histórico que suscita, tanto Branco como Pinheiro, vicepresidente del INMLCF, resaltan el incalculable valor científico de la colección, que será exhibida en España en 2018.
"Estas máscaras siguen siendo tremendamente útiles a la hora de estudiar el suicidio por ahorcamiento, ya que han conservado la tensión de los músculos en 3D, permitiendo observar detalles que simplemente no se aprecian a través de fotografías", afirma Branco.
Pinheiro, por su parte, señala que aunque la medicina legal ha avanzado mucho desde la era de Azevedo Neves, hoy en día muchas de las prácticas y protocolos establecidos por el médico siguen siendo utilizadas por forenses lusos.
"No todo son herramientas digitales como las que se ven en los programas de CSI", avisa el médico. "El rigor de la descripción de los documentos de esta colección sigue siendo un ejemplo a seguir para nosotros. Ya no nos acompañan dibujantes, pero seguimos intentando documentar todo lo que vemos, y en lo anatómico seguimos consultando los documentos de Azevedo Neves. El tiempo pasa, pero la buena metodología no envejece".
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