Pilar García.FRANCISCO GONZÁLEZ
La residencia Vitalia Guadalquivir, situada en Córdoba capital, tiene todas las plazas ocupadas: «99 personas, 99 historias», apunta el coordinador del centro, Jesús Díaz, un joven que rebosa vitalidad y energía con las que intenta contagiar a los usuarios del centro. «Aquí tenemos plazas privadas, concertadas de la Junta y concertadas con el Ayuntamiento, que nos manda a personas dependientes de integración social», explica, «de ahí que haya algunos que tienen menos de 65 años». La rutina diaria marca horarios y actividades, aunque la máxima del centro es no estresar a los mayores sino dejar que, dentro de lo posible, se muevan a su ritmo. Esa y «el cariño y el trato humano, que actúa como la mejor medicina», asegura convencido, «lo hemos visto durante la pandemia, en la que más de uno empeoró por el aislamiento, que no entendían, y por no poder recibir la visita de sus familiares como estaban acostumbrados».
La residencia Guadalquivir amanece a eso de las 7.30, pero hay usuarios que despiertan mucho antes, como un señor de 94 años que abre los ojos a las 4 de la mañana. «A cierta edad se duerme poco», aclara Jesús, «así que lo aseamos y vestimos y se queda en su cuarto hasta el primer turno de desayuno». Acabada la ingesta, es momento de la fisioterapia, la terapia ocupacional y la psicología, que ponen las pilas a los mayores antes de tener tiempo para peluquería, podología o manualidades, o para ver la televisión y salir a la calle si lo desean. «Las visitas al centro están limitadas por el covid, pero ellos pueden salir si quieren o irse con familiares, siempre que nos avisen para que estemos al tanto».
Ángel Pérez Hornero, conocido hostelero y actual secretario de la Asociación de Usuarios de Residencias de Mayores, vive en el centro desde hace 3 años, después de sufrir dos ictus cerebrales que le han mermado la movilidad de una mano. «El problema de las residencias es que los fondos de inversión han entrado en ellas y desde ahora primará la rentabilidad por encima de todo», comenta seguro, pese a lo cual confiesa que, de momento, él está bien porque sale todos los días y «porque acabo de ser abuelo de una nieta preciosa».
Las 99 historias fraguadas entre estas paredes también dejan lugar al amor, como el que ha surgido entre Julia, de 63 años, y Paco, de 73, recién ingresado por un problema de corazón. Recién llegada de visitar a Paco en el hospital, la enamorada, madre de 4 hijos, confiesa que «el flechazo se produjo en la residencia y a mí, que estaba sumida en depresión, me ha cambiado la vida», asegura, «estamos viviendo una segunda juventud».
Pilar García.FRANCISCO GONZÁLEZ
Pilar García tiene 64 años y es soltera. Trabajó 31 como limpiadora de centros públicos de Sadeco, entre los que tuvo asignado durante un tiempo la residencia Guadalquivir, que antes de ser del grupo Vitalia fue municipal, en la que ahora vive. Según relata, sufrió un ataque tiroideo hace cuatro años que la hizo enfermar gravemente, lo que llevó a su familia a ingresarla en la residencia, primero de pago y después con una plaza concertada. «Jamás me habría imaginado que acabaría aquí y menos con 60 años, pero me han dado tanto cariño y me siento tan acompañada que ahora este es mi hogar», afirma rotunda.
Recuperada la salud, pese al tratamiento que recibe entra, sale y participa en todas las actividades. «Tengo gimnasia, manualidades y salgo con mis compañeras a mediodía a tomarnos la cervecita», explica. «De mi paga, el 75% es para la Junta y yo tengo 300 euros para mis gastos, yo me apaño bien».
Isabel Sosa y Fernando Cantero.FRANCISCO GONZÁLEZ
Isabel y Fernando llegaron a la residencia Guadalquivir hace un par de meses y aún echan mucho de menos su hogar. Casados desde hace 55 años, él empleado de Renfe y ella ama de casa y costurera, aguantaron en su piso con «ayuda para todo» de una mujer hasta que la familia decidió que lo mejor para su atención era ingresar en una residencia. «Aquí estamos bien, pero como en tu casa, no se está en ningún sitio», explica Isabel, que reconoce que reciben muy buen trato del personal, a pesar de lo cual siente que «no es lo mismo», dice con los ojos empañados. Ella se mueve en silla de ruedas y su marido, que cuando llegó era quien cuidaba de Isabel, ha tenido algún achaque de salud reciente y ahora ambos presentan problemas de movilidad. Padres de tres hijos, reciben visitas frecuentes de la familia y de los nietos que tienen más cerca. «Nunca pensé que acabaríamos en una residencia», confiesa Fernando, «pero es lo que hay».
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